En una Europa a la búsqueda de soluciones de urgencia para frenar la sangría en el mercado de deuda, una vieja propuesta tributaria, «la tasa Tobin», ha vuelto a cobrar pleno protagonismo. Ideada en 1971 por el economista James Tobin, que acabó recibiendo el Premio Nobel de Economía, la propuesta introducía la posibilidad de grabar los intercambios financieros. La iniciativa fue ampliamente acogida en los 90 por los movimientos antiglobalización y la extrema izquierda, mientras la derecha lo tachaba de «utópico» e «irreal». «Los aplausos más sonoros vienen del lado equivocado», se quejaba su creador, convencido de que el impuesto era condición «sine qua non» para crear un mercado global y liberalizado.
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